El vacilante proceso de integración conocido como Mercosur está en terapia intensiva. Pese a la retórica de la Patria Grande, nunca fue más allá de iniciativas inconclusas dilatadas por ritmos burocráticos. El único sector productivo verdaderamente integrado es el automotriz, más por voluntad de las multinacionales que por decisión de gobiernos. En su favor puede agregarse que otros sectores industriales encuentran allí un refugio ampliado y relativamente protegido. ¿Por qué no se avanzó más? Quizás el motivo es que la región nunca logró superar la orientación neoliberal de la política económica. ¿Cuál es el sentido de la integración regional si la meta es el libre comercio? ¿No es acaso más razonable abrirse al mundo unilateralmente sin pasar por tortuosas negociaciones políticas? ¿Por qué no eliminar unilateralmente aranceles o firmar acuerdos bilaterales?

Los procesos de integración se resquebrajan cuando imperan criterios neoliberales, como lo demuestra la experiencia europea. El propio desarrollo de los mercados siempre exigió decisiones políticas e infraestructuras compartidas. La unificación de territorios nacionales bajo el comando de Estados y la formación de mercados nacionales no surgió por generación espontánea. La integración exige la voluntad política de compartir un destino común. Se sustenta en bases simbólicas y materiales, desde caminos y puentes, hasta escuelas, ejércitos, himnos y banderas. La protección y compensación de sectores y regiones rezagados siempre fue otro componente insustituible de toda integración. 

Todos estos ingredientes hoy están ausentes en la región. No se trata apenas de que en la actual  coyuntura el Estado brasileño es presidido por un gobierno de inspiración teocrática vinculado al crimen organizado. Los principales actores políticos, empresariales y mediáticos, adhieren al actual proyecto de desestructuración del Estado. El programa neoliberal es hegemónico, pese al creciente disenso en torno a los modos, formas y antecedentes de la familia presidencial. Así como estas elites se resisten a integrar a la mayoría de la población brasileña a la comunidad imaginaria nacional, es de sospechar que rechacen la integración con países vecinos. Cuando recrudece la disputa geopolítica y tecnológica global, el gobierno brasileño se opone a la tradición universalista y autónoma de su política exterior para adherir sin restricciones a los mandatos del gobierno estadounidense. En forma explícita abandona la pretensión de tener una conducción estratégica nacional. Seguir a Brasil en esta aventura sería suicida, teniendo en cuenta que China es el principal mercado del bloque y que la reciprocidad estadounidense ante las genuflexiones no es necesaria en estas latitudes.

Dada la gravísima situación macroeconómica argentina, ¿cuál podría ser la estrategia del nuevo gobierno? La región, al menos durante los primeros años, será más una amenaza que una oportunidad. La contienda entre EEUU y China quizás pueda otorgarle algún margen de maniobra, pero no podrá fiarse en respaldos geopolíticos inverosímiles. El mercado mundial tampoco luce promisorio, dada la desaceleración global y la reciente caída de los volúmenes de comercio. Si estas tendencias prosiguen, la única opción será adaptarse a la de-globalización. Muchos analistas ahora defienden el ‘reshoring’, como una forma benigna de designar a la denostada sustitución de importaciones. Habrá que abandonar prejuicios.


original: Diagonales

*Doctor en Economía y Licenciado en Ciencia Política. Profesor de la Universidad Federal de Rio de Janeiro (UFRJ) en Brasil y de la Universidad Nacional de Moreno (UNM) en Argentina. Twitter: @ecres70@unimoreno