El viejo Almacén. BsAs

Surplus Approach

“Es necesario volver a la economía política de los Fisiócratas, Smith, Ricardo y Marx. Y uno debe proceder en dos direcciones: i) purgar la teoría de todas las dificultades e incongruencias que los economistas clásicos (y Marx) no fueron capaces de superar, y, ii) seguir y desarrollar la relevante y verdadera teoría económica como se vino desarrollando desde “Petty, Cantillón, los Fisiócratas, Smith, Ricardo, Marx”. Este natural y consistente flujo de ideas ha sido repentinamente interrumpido y enterrado debajo de todo, invadido, sumergido y arrasado con la fuerza de una ola marina de economía marginal. Debe ser rescatada."
Luigi Pasinetti


ISSN 1853-0419

Entrada destacada

Teorías del valor y la distribución una comparacion entre clásicos y neoclásicos

Fabio PETRI   Esta obra, traducida por UNM Editora, ha sido originalmente editada en Italia con el título: “Teorie del valore e del...

16 ene 2016

Income distribution and the size of the financial sector


por Carlo Panico and Antonio Pinto
 
 

Centro Sraffa is pleased to announce that Centro Sraffa Working Paper (CSWP) N. 15Income distribution and the size of the financial sector, by Carlo Panico and Antonio Pinto.

 
 
Abstract
The paper deals with the influence of the size of financial industry on income distribution. In opposition to Piketty’s position, it argues that the wage share is influenced by changes in the size of the sectors of the economy, by the input composition of the productive structure and by the ability of the workers to capture the increases in productivity. The process of financialization experienced in the recent decades has affected these three elements. Among other things, it has enhanced the ability of the banking industry to affect the formation of monetary policy and legislation, which in turn can have had some bearing on the workers’ ability to appropriate the increases in productivity. After describing Piketty’s interpretation of the rise in inequality and discuss his views on the theories of distribution, the paper illustrates different representations of the financial sector proposed by the literature, underlining the relevance of considering this sector as an industry. By following these lines the paper describes how an enlarged size of the banking industry can increase inequality.

Resumen
El artículo trata sobre la influencia del tamaño de la industria financiera en la distribución del ingreso. En oposición a la postura de Piketty, se argumenta que la participación de los salarios es influenciada por los cambios en el tamaño de los sectores de la economía, por la composición de inputs de la estructura productiva y por la capacidad de los trabajadores para capturar el aumento de la productividad. El proceso de financiarización experimentado en las recientes décadas ha afectado a estos tres elementos. Entre otras cosas, ha mejorado la capacidad del sector bancario para afectar a la elaboración de la política monetaria y la legislación, que a su vez puede haber tenido algo que ver con la menor capacidad de los trabajadores para apropiarse de los incrementos en la productividad. Después de describir la interpretación de Piketty del aumento de la desigualdad y discutir sus puntos de vista sobre las teorías de la distribución, el trabajo muestra  las diferentes representaciones del sector financiero propuestas por la literatura, subrayando la importancia de considerar a este sector como una industria. Siguiendo estas líneas, el documento describe cómo un gran tamaño de la industria bancaria puede aumentar desigualdad.


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10 ene 2016

Derecha y salarios




 Por Claudio Scaletta

Si alguien tenía alguna esperanza de que un gobierno de la Alianza PRO asumiera la forma de una derecha moderna, renovada, con aprendizaje de los errores del pasado y algún gradualismo social en la implementación de sus políticas más duras, ya puede abandonarla. El único hecho novedoso de la Alianza derechista no peronista que gobierna el país hace apenas un mes es que llegó al poder con la legitimidad de los votos. Comprendió a su adversario, catalizó una amplia alianza de poderes fácticos, pero sobre todo fue capaz de capitalizar el desgaste de doce años de ejercicio del poder al tiempo que la Hidra peronista se desperezaba de su letargo; la interna inmanente de un movimiento en el que conviven izquierda y derecha, nacionalistas y liberales, cabezas de feudos provinciales e intelectuales reformistas, una bestia que no se calmará hasta que reconstruya el conductor que la apacigüe y sintetice.

Pero mientras el movimiento nacional sigue sumergido en el estupor de la derrota y resiste con aguante sin pensar todavía en cómo volver, su ala derecha arriesga la idea vana de negar a su fuerza mayoritaria: la base kirchnerista, un aporte retardatario al sueño gorila de un peronismo fragmentado. En el camino, la Alianza PRO avanza sin miramientos desandando todos y cada uno de los remilgos institucionalistas que caracterizaron su semántica en tiempos de oposición. Su republicanismo mostró ser apenas un recurso discursivo para correr del primer plano el objetivo principal: la transformación radical del modelo económico emergente tras la crisis de 2001-2002, una vuelta al pasado neoliberal mucho más violenta de lo que el más agorero pudo haber previsto en tiempos de campaña.

A pesar de los consejos de su gurú ecuatoriano, Jaime Durán Barba, el PRO no fue capaz de contener a sus Furias y avanzó aceleradamente en un shock ajustador de resultados impredecibles. A la devaluación libertaria, que quizá podía comprenderse dentro de su lógica como un paso necesario para el cambio de paradigma económico, no tardó en sumarle la idea atávica de toda derecha triunfante: una verdadera purga del sector público.

El fenómeno de los cuadros políticos ocupando espacios en el Estado es propio de las democracias de partidos. En muchos casos es un proceso necesario para garantizar la aplicación de políticas, pero también tiene dimensiones enojosas para quienes miran de afuera, en particular por las imperfecciones que nunca faltan: el nepotismo, el amiguismo, los colados o ñoquis propiamente dichos y, en general, todos quienes ocupan lugares para los que no están ni técnica ni políticamente capacitados. Se trata de esos colaterales que el ejercicio democrático debe corregir permanente y sistemáticamente. Pero a no confundirse, no son estas deficiencias las que el nuevo gobierno intenta corregir, sino la excusa.

Los objetivos son en realidad mucho más amplios y en dos frentes. Primero: la persecución ideológica, limpiar al aparato de Estado de cualquiera que pueda sospecharse portador de vestigios kirchneristas, no sólo (comprensiblemente) los niveles intermedios y superiores. Segundo, reducir la masa salarial pública; una poda del gasto que cumple a su vez dos objetivos. Primero contribuir a compensar las transferencias implícitas en la eliminación de impuestos y aranceles que beneficiaron a exportadores y sectores de altos ingresos. Segundo, aportar a la intimidación laboral del administrador de fortunas y actual ministro de Hacienda, Alfonso Prat-Gay, quien señaló la necesidad de elegir entre sostener el poder adquisitivo del salario o mantener el empleo. Que un ministro recurra a la amenaza de la exclusión en un país con una memoria muy dolorosa en la materia es por lo menos grave. Es también un hito histórico por el que siempre será recordado, pero sería escandaloso si el nuevo gobierno no gozase de una potente protección mediática.
La inducción a la baja de los salarios reales es, además, un componente central del nuevo modelo económico. El éxito de una devaluación se basa, precisamente, en que los salarios crezcan menos que los precios. Estructuralmente, la única manera efectiva y conocida para conseguir una reducción salarial real es mediante la disminución del poder de negociación de los trabajadores, lo que ocurre cuando aumenta la desocupación.

El segundo efecto del mayor desempleo es sobre la inflación. El mecanismo no es, como vulgarmente se cree, porque cae la demanda al caer el consumo de los desempleados, sino porque cuando cae la demanda cae también la actividad económica, el Producto y luego el empleo, lo que se traduce en menor puja distributiva. No es lo mismo ir a paritarias con la economía creciendo y bajo desempleo que al revés.
Si el trabajador del sector privado, formal e informal, cree que los despidos masivos en el sector público no lo afectarán se equivoca de cabo a rabo. Esos despidos aumentarán la masa global de desempleados, reducirán su poder de negociación y ello, finalmente, se trasladará a su nivel de salario.

Aunque dependiendo de la perspectiva teórica la problemática económica puede depender de distintas variables, financieras y reales, lo que está detrás de todas las disputas es el nivel de salarios y su contrapartida, la tasa de ganancia. El objetivo de las derechas neoliberales es siempre la reducción de salarios, que sería la baja “competitiva” de los costos empresarios. Esta distribución regresiva, con independencia de su nivel, ocurre en todos los países en los que llegan al poder, sea el centro o la periferia, Estados Unidos y Europa o América latina.

En el caso argentino resulta sintomático que hace apenas dos meses, en plena campaña electoral, los problemas que preocupaban al “movimiento obrero organizado” eran de segunda generación, por ejemplo; el Impuesto a las Ganancias de los trabajadores con mayores ingresos. Apenas pocas semanas después, el retroceso parece tan violento como para regresar a un estadio no sólo de primera generación, el nivel de salarios, sino cuasi pre capitalista, con funcionarios de primera línea que tercian en las futuras paritarias amenazando a los trabajadores con la exclusión. El próximo paso parece estar más en manos de los propios trabajadores que en su dirigencia. El nuevo oficialismo estima que podrá conducir el conflicto con los 26.000 millones de pesos que el Estado adeuda a las obras sociales. Resta ver si prevalece la organización sindical o los todavía silenciosos dueños de los sindicatos, algunos votantes confesos de la Alianza PRO.

3 ene 2016

Recesión 2016





 Por Claudio Scaletta


La uniformidad optimista de la prensa hegemónica sobre el futuro de la economía tiene como paso previo el consenso de las consultoras económicas. Se sabe que estas empresas trabajan para sus clientes, pero ello no invalida que sus análisis representan la visión mainstream del funcionamiento de la macroeconomía. El consenso augura, con discrepancias en el margen, que la economía caerá durante el primer semestre de 2016 debido a la contracción del consumo privado, una dinámica originada por el traslado a precios del shock devaluatorio a mayor velocidad y magnitud de la suba de salarios. Luego, conseguido el “sinceramiento de precios relativos”, la actividad comenzaría a remontar en el segundo semestre.

Durante el primer semestre –el malo–, el debate será entre el nivel de precios, variable en la que pesará la quita de subsidios a las tarifas de los servicios, los porcentajes de aumentos conseguidos en paritarias y la política monetaria. Un segundo nivel de análisis lo ocupará el manejo del déficit fiscal y la tasa de inflación. En el caso del déficit el problema estará agravado por las fuertes transferencias decididas en favor de los exportadores vía quita de retenciones, un corte de flujos de ingresos que ya se produjo. La compensación parcial sería la quita de subsidios a los servicios, un corte de gastos que se anunció para el primer bimestre. A ello se sumará la proyección de caída del PBI. Como se sabe, la recaudación siempre sobrerreacciona al nivel de actividad, para arriba o para abajo. El resultado concreto, entonces, es que aumentarán las dificultades de financiamiento del sector público.

En cuanto al segundo semestre –el bueno–, resultan menos claras las causas que reimpulsarían el crecimiento una vez sacrificado el nivel de consumo privado. Según las consultoras, la contratendencia sería un salto en la inversión privada producto de la recuperación de la tasa de ganancia y del shock de confianza para los inversores. A ello se sumaría el fuerte ingreso de capitales originado en las inversiones reprimidas por la existencia del llamado cepo cambiario, y la toma de nuevo endeudamiento en los mercados globales a partir del descontado acuerdo con los buitres, lo que el consenso denomina “el fin del default selectivo”.
El segundo elemento que aportaría a la recuperación es el aumento de las exportaciones. El supuesto reside en que la nueva rentabilidad asegurada por la eliminación de retenciones sumada al “tipo de cambio competitivo” daría lugar a un boom de ventas externas.

El tercer componente de impulso es una promesa. El “ambicioso programa de desarrollo de infraestructura” una de cuyas patas sería el Plan Belgrano para las regiones NOA y NEA, y al que ya se le designó conductor con rango de ministro, el denunciador tucumano de fraudes José Cano. Aquí tampoco está claro el financiamiento, pero se estima que sería con préstamos internacionales. Seguramente no serán los 5000 millones de dólares del BID ya anunciados, los que tienen como destino el repago de pasivos con el organismo.

Pasando en limpio; el Gobierno sólo cuenta hasta ahora en su haber la “exitosa” salida de los controles cambiarios (probablemente uno de los peores errores de la gestión precedente junto con la intervención del Indec y la insistencia en tasas de interés negativas hasta la llegada de Alejandro Vanoli). Salida que fue también un éxito de marketing al lograr transformar una fuerte devaluación en gesta libertaria, pero que consiguió un nuevo nivel de tipo de cambio más o menos a mitad de camino entre el valor oficial heredado y las pretensiones del lobby exportador. Nueva cotización que, además, presenta un horizonte de estabilidad. Sin dudas, las decisiones económicas del macrismo fueron, hasta ahora y en sus propios términos, más eficaces que sus destemplados movimientos políticos de tierra arrasada a fuerza de DNU, situación que augura turbulencias de mediano plazo a pesar del poderoso blindaje mediáticojudicial.
Retomando el escenario económico, es necesario pensar si los elementos en los que las consultoras depositan las esperanzas de recuperación poseen la potencia suficiente para generarla. Si se descree de las formulaciones pseudo científicas de la ortodoxia, asuntos tales como la confianza de los mercados y el clima de negocios, la vía más inmediata de análisis es considerar los principales componentes de la demanda agregada.

Tomando los últimos datos disponibles, los del segundo trimestre de 2015 en la serie desestacionalizada y a precios constantes del Indec, se tiene que la inversión (formación bruta de capital fijo) representaba 20 puntos del Producto, lo que generalmente se entiende por consumo, que es el consumo individual, alcanzaba un impresionante 72 por ciento. La parte más significativa del gasto público, el consumo colectivo, sumaba 11 puntos. Finalmente las exportaciones fueron del 15 por ciento y las importaciones de 19. La suma no da 100 porque las importaciones restan al PIB.

Con estos pocos números se tiene un terreno más firme para pensar la evolución posible de cada componente.
El dato más evidente, muy significativo, es que el componente que más se espera que caiga, el consumo privado, representa casi tres cuartos del total del Producto. Si bien el consumo de los sectores de altos ingresos no se verá afectado, no alcanzará para neutralizar la caída del agregado. A la baja del salario real se sumará la disminución de las ventas en cuotas lo que puede potenciar la contracción. A partir de aquí cabe preguntarse si el crecimiento de las exportaciones y la inversión es consistente con una recuperación del crecimiento.

El caso de las exportaciones es el principal equívoco. El país vende al exterior principalmente bienes agrarios y agroindustriales, commodities en las que por definición no forma precios y mucho menos vía costos internos. Las exportaciones industriales, en tanto, corresponden principalmente al complejo automotor, con mucho intercambio intrafirma y precios de transferencia dudosos. El pobre desempeño que se espera para la economía brasileña más la caída de la demanda interna proyectan un año complicado para las exportaciones de MOI. La caída global de la industria petrolera tampoco permite predecir grandes cambios para proveedoras como la multinacional Techint. Luego están los datos históricos. Como se escribió en este espacio, no existe ninguna evidencia en las series estadísticas que relacionen mejoras en el tipo de cambio con aumento en las ventas al exterior. Para 2016, entonces, sólo pueden preverse aumentos estadísticos en las ventas de MOA sobre la base de stocks acumulados a la espera de los ya llegados incentivos fiscales y cambiarios. Nada significativo. En contrapartida, la caída importadora que sí suele acompañar las contracciones del PIB podría verse compensada por efecto de la liberación de controles. No es esperable, entonces, una mejora en el balance comercial y en la cuenta corriente.

El dato del comportamiento exportador debe tenerse en cuenta también en las economías regionales. Los exportadores repitieron muchas veces que los problemas de las regiones respondían al “atraso cambiario” y a las retenciones. Es posible que la mejora cambiaria alivie parcialmente algunas ecuaciones de costos, menos probable es que aumenten, por las razones generales señaladas, las cantidades vendidas al exterior. Asimismo, la baja de retenciones será absorbida prácticamente en su totalidad por el eslabón exportador, no por el productor, pues el precio primario es el resultado de relaciones de fuerza en el mercado. Habrá efecto riqueza antes que sobre el nivel de producción y ventas.

Respecto de la inversión, el componente que concentra las mayores expectativas, los factores impulsores serían dos. El primero es la recuperación de la rentabilidad empresaria por la sumatoria de medidas con efecto salarial y fiscal. El segundo la entrada de capitales. El primer punto es apenas un axioma. La mejora de la tasa de ganancia se concreta recién en el momento de la venta del producto o servicio. Si cae la demanda interna no son muchos los incentivos para invertir. Una posibilidad serían las inversiones en los sectores que no dependen solamente del mercado local, como el agropecuario, el energético y el minero, pero para 2016 las señales de la demanda global en estos rubros no son las mejores. Respecto del segundo punto, la entrada de capitales, siempre es una buena noticia que ingresen dólares al Banco Central, tanto para superar cualquier atisbo de restricción externa como para mantener la estabilidad cambiaria de mediano plazo. Pero el efecto sobre la producción, sea de IED o de capitales financieros, debe analizarse para cada proyecto, pues no existe una relación directa entre ingreso de capitales y “formación bruta de capital fijo”. En el límite podría ocurrir que sólo se profundice la extranjerización de la economía vía la oferta de empresas más baratas en dólares. O que la entrada de dólares financieros en el corto plazo, sea más salida en el mediano y el largo. Tampoco alcanza la inversión privada en construcción derivada del efecto riqueza de los sectores exportadores tradicionales.

En materia de consumo e inversión pública (Gasto), el gobierno podría hacer muchas cosas. Aun con salarios recortados, el bajo nivel de endeudamiento de las familias en relación a estándares internacionales podría dar lugar a planes masivos de financiación de bienes durables e inmuebles. Las nuevas altas tasas de interés son una limitación cierta, pero podría desarrollarse la creatividad a la espera de la estabilización. Asimismo también se podría compensar por el lado de una decidida expansión de la inversión pública en infraestructura.

El problema es que estas últimas opciones aparecen en la mente del economista preocupado por el crecimiento. Para la ortodoxia, en cambio, la palabra mágica es “estabilización”. Existe una limitación ideológica. Por eso, si durante la campaña electoral se le preguntaba a cualquier economista opositor cuál era el principal problema contestaba “la inflación”. El punto es que la inflación puede ser muy baja y el aparato productivo funcionar muy mal. Es lo que generalmente ocurre cuando la conducción económica es ejercida por representantes del poder financiero, volcados a creer que los problemas estructurales se resuelven con tasas de interés y tipo de cambio.

Finalmente todo podría complicarse en serio si la falta de políticas por el lado de la demanda se combinase con políticas monetarias y fiscales contractivas, ideas que impregnan el ADN de los economistas de gobierno. En ese caso sería bueno que observen lo que hoy sucede en el laboratorio brasileño. Por ahora sólo queda esperar que no se impongan los más gurkas o que haya existido aprendizaje de los errores del último cuarto del siglo XX.