El viejo Almacén. BsAs

Surplus Approach

“Es necesario volver a la economía política de los Fisiócratas, Smith, Ricardo y Marx. Y uno debe proceder en dos direcciones: i) purgar la teoría de todas las dificultades e incongruencias que los economistas clásicos (y Marx) no fueron capaces de superar, y, ii) seguir y desarrollar la relevante y verdadera teoría económica como se vino desarrollando desde “Petty, Cantillón, los Fisiócratas, Smith, Ricardo, Marx”. Este natural y consistente flujo de ideas ha sido repentinamente interrumpido y enterrado debajo de todo, invadido, sumergido y arrasado con la fuerza de una ola marina de economía marginal. Debe ser rescatada."
Luigi Pasinetti


ISSN 1853-0419

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24 ago 2015

Ilusión del superávit


Por Eduardo Crespo *

El gasto público y los impuestos son motivos de agrias controversias tanto en el debate público como entre economistas profesionales. El saber convencional indica que el déficit fiscal es indeseable y la deuda pública un problema. Estas nociones parecen tan obvias que aquel que se atreve a ponerlas en discusión parece mentir a sus interlocutores. La mayoría de los analistas describen los déficit fiscales en términos peyorativos sin molestarse en explicar sus motivos. Aquí, a contracorriente, aprovechamos la ocasión para preguntarnos lo impreguntable: ¿por qué debería considerarse el déficit fiscal un problema? Planteado el asunto en estos términos, no es aceptable el argumento que lo considera un problema en sí mismo, como sucede con el desempleo, la desigualdad o la pobreza. Eventualmente podría ser cuestionable por sus consecuencias, es decir, por impedir o dificultar algún objetivo social compartido.

En primer lugar, debe recordarse una identidad contable elemental: descontadas las cuentas con el exterior por motivos expositivos, un superávit del sector público equivale a un déficit del sector privado y viceversa. Así, por ejemplo, quien aboga por el superávit fiscal como norma general, en forma tácita defiende el déficit –y el mayor endeudamiento– del sector privado como principio también universal. ¿Por qué sería deseable ésta última situación? Por otra parte, teniendo en cuenta que sólo el Estado tiene la potestad de emitir moneda, vale interrogarse: si los Estados efectivamente pudieran gastar menos de lo que recaudan en forma sistemática, ¿cómo se las ingeniarían los particulares para pagar impuestos si quien tiene el monopolio de la emisión de moneda demanda más liquidez de la que inyecta al mercado? La respuesta a este interrogante es que exceptuando períodos muy breves, los Estados siempre gastan más de lo que recaudan.

La ilusión del superávit fiscal, o incluso del “equilibrio fiscal”, se sustenta en un artilugio contable por el cual los números del Estado se separan en dos cuentas: las del tesoro y las del Banco Central. Así, si durante cierto tiempo el gobierno puede gastar menos de lo que recauda (como ocurrió en Argentina en la década pasada), normalmente el Banco Central compensa esta laguna monetaria inyectando liquidez mediante algún mecanismo extra presupuestario, por ejemplo, cuando compra dólares que se suman a las reservas. Que como compensación de este gasto se adquieran activos líquidos (dólares) como contraparte, no significa que no se trate de un gasto genuino. Como lo demuestra David Graeber en su monumental Deuda, fueron los Estados quienes engendraron los mercados al imponer impuestos y tributos, obligado así a los particulares a mercantilizar su producción a cambio de las monedas que los Estados emitían y reconocían en el pago de impuestos. En otras palabras, es necesario que los Estados –bancos centrales incluidos en las cuentas del Estado– gasten sistemáticamente más de lo que recaudan para que los particulares puedan pagar impuestos y los mercados se expandan, caso contrario observaríamos una tendencia explosiva al endeudamiento privado.

En países como los nuestros prevalece la genuina preocupación de que los déficit fiscales provoquen huidas hacia el dólar. Sin embargo, estas corridas pueden ocurrir tanto con déficit como con superávit fiscal. No existe la menor asociación entre el nivel del déficit fiscal y la frecuencia o intensidad de las corridas. El motivo es que la opción entre apostar por el dólar o la moneda doméstica no depende del porcentaje de déficit (o superávit) fiscal, sino de la mayor o menor rentabilidad que se espera obtener de cada opción. Otro dato que suele pasar desapercibido por quienes consideran que las ‘finanzas sanas’ deben ser un objetivo de política económica, es que el nivel de déficit (o superávit) depende del desempeño económico agregado. Parafraseando a Michal Kalecki, los Estados pueden establecer cuánto van a gastar, pero no pueden decidir cuánto van a recaudar. En una economía en recesión la recaudación disminuye, y a la inversa, aumenta cuando la economía crece. Casi siempre observamos que los países con problemas económicos registran elevados déficit fiscales y viceversa, lo que suele alimentar la falacia de que el crecimiento del déficit es la causa de los problemas y no su mera consecuencia. Es por este motivo que los ajustes fiscales además de contractivos tienden a generar más déficit del que combaten.

* Profesor de la Universidad Federal de Río de Janeiro.

Original: Pagina 12

2 comentarios:

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Alejandro Fiorito dijo...

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