El viejo Almacén. BsAs

Surplus Approach

“Es necesario volver a la economía política de los Fisiócratas, Smith, Ricardo y Marx. Y uno debe proceder en dos direcciones: i) purgar la teoría de todas las dificultades e incongruencias que los economistas clásicos (y Marx) no fueron capaces de superar, y, ii) seguir y desarrollar la relevante y verdadera teoría económica como se vino desarrollando desde “Petty, Cantillón, los Fisiócratas, Smith, Ricardo, Marx”. Este natural y consistente flujo de ideas ha sido repentinamente interrumpido y enterrado debajo de todo, invadido, sumergido y arrasado con la fuerza de una ola marina de economía marginal. Debe ser rescatada."
Luigi Pasinetti


ISSN 1853-0419

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Teorías del valor y la distribución una comparacion entre clásicos y neoclásicos

Fabio PETRI   Esta obra, traducida por UNM Editora, ha sido originalmente editada en Italia con el título: “Teorie del valore e del...

18 ago 2009

Viejos errores con ropaje moderno




Por Fabián Amico y Alejandro Fiorito *


Ciertas lecturas llevan a evocar irremediablemente las posiciones de Juan B. Justo, referente emblemático del socialismo, que en su tiempo hizo del librecambio y la defensa de la moneda sana dos de sus banderas fundamentales. Para aquellos socialistas, el proteccionismo perjudicaba a los trabajadores por los altos impuestos que tenían los bienes de consumo. Algo del eco de Juan B. Justo resuena en el artículo de Juan Graña (“Ortodoxias nuevas y viejas ”, Cash, 9 de agosto de 2009). Embanderado en una posición progresista, el enfoque de Graña se basa, sin embargo, en causalidades y directrices puramente ortodoxas, que se reiteran históricamente al ritmo de lo que Diamand caracterizó como la dinámica pendular argentina.

Graña despotrica contra la política de tipo de cambio alto porque tiene por contraparte salarios reales bajos, y alude al fracaso de tal estrategia en los años recientes. Asimismo, cuestiona certeramente algunos núcleos del planteo devaluacionista. Frente al argumento de que la devaluación permitiría “ganar tiempo” para en el “entre tanto” aumentar la productividad, dice que “ese “tiempo” no provoca nada por sí mismo, y es sólo mediante políticas industriales que se logran objetivos”, y observa que en los años recientes no hubo ningún tipo de cambio estructural, al tiempo que reclama discutir tales políticas en lugar de debatir una nueva devaluación. Señala, a su vez, que pocos “incentivos” a la inversión se generan si cada vez que se reducen las altas ganancias empresarias producto de la recuperación del salario real, hay compensaciones vía devaluación. “¿Qué necesidad hay de reinvertir ganancias –dice curiosamente- si la riqueza y supervivencia en la competencia no depende de que se haga?”.

Propone, por ende, líneas alternativas, “políticas que premien los incrementos genuinos de productividad logrados a través de la innovación y ampliación de la escala productiva, al tiempo que se impulsa a las empresas a seguir ese camino por medio de la competencia”. Y agrega hacerlo “ya sea mediante los necesarios incrementos salariales rezagados desde hace años, o la reducción de los márgenes de protección efectiva ya ocasionados por el proceso inflacionario…”. Concluye que “se trata lisa y llanamente de no repetir la historia”.

Uno no puede sino coincidir en varios aspectos a excepción de algunos puntos esenciales. Graña supone que una caída de los niveles de protección provocará un aumento de la competitividad de la industria y estimulará la inversión. A riesgo de repetir la historia, olvida que ese experimento ya se realizó en Argentina en 1976, mediante la baja de aranceles, la liberalización del comercio y el persistente retraso cambiario. Dicha política apuntó en verdad al “disciplinamiento” de los trabajadores, previa “puesta en caja” de los sectores industriales juzgados “ineficientes” (básicamente, toda la industria aparecida después de 1930), Vía sobrevaluación cambiaria, se generó una inédita suba de importaciones, sustituyendo trabajo doméstico por extranjero, se revirtió el balance comercial y se propició un auge del turismo de las clases medias… al extranjero. Lejos de implicar un incremento de la inversión industrial y una suba de la productividad, con tal política se destruyó gran parte de la industria surgida desde los años 30, se redujo sustancialmente la productividad y se cortó el proceso incipiente de creciente peso de las exportaciones industriales, que en 1974 habían llegado a igualar las exportaciones tradicionales agrarias.

Un segundo experimento, similar al que reclama Graña en punto a reducción de la protección, se dió en los años 90. Entonces se eliminaron las retenciones, se bajaron los aranceles y el tipo de cambio de ancló en un nivel muy bajo. Los salarios de los que lograron conservar el empleo eran más altos que los actuales. Pero la base de esa suba era un modelo de crecimiento liderado por la deuda, y colapsó cuando se acabaron los préstamos. Gracias a esas políticas, la economía se primarizó bajo la impronta del retraso cambiario, dejando fuera de combate a vastos sectores industriales y llevando la tasa de desocupación por encima del 20%, algo insólito en el país.

Subyace en Graña una idea (muy poco radical o socialista), según la cual el mercado, funcionando sin interferencias, parecería ser el más eficiente “asignador” de los recursos, generando per sé competitividad y productividad. Como el liberalismo ortodoxo, piensa que la introducción de aranceles a las importaciones creó un muro protector de la competencia externa que alentó la instalación y supervivencia de una industria “ineficiente”. Y quizá que las empresas usan ese margen de protección para subir sus márgenes de ganancia vía precios.

Pero no fue eso lo que ocurrió en la historia argentina. La imposición de aranceles protectores a la industria permitió a las empresas absorber, con rentabilidad, costos laborales mayores. Precios y salarios industriales subieron con respecto a los precios agropecuarios. A su vez, el incremento de los salarios en relación a los precios agropecuarios dio a los asalariados una capacidad adicional de compra en el mercado de bienes industriales. El hecho que desde 2002 los salarios hayan permanecido en un nivel históricamente deprimido, no implica que la reducción de los márgenes de protección hará que suban, sino al contrario. El nivel del salario depende de las fuerzas relativas de los grupos sociales que disputan el excedente; un mayor margen de protección puede muy bien traducirse en un salario real bajo (como hoy) o en salarios altos (a costa de la renta agropecuaria) como sucedía antes. Pero la reducción de los márgenes de protección y la apreciación cambiaria son, sin dudas, una lápida para el salario, el empleo y el crecimiento.
Como decía Adolfo Canitrot hace más de 25 años, el supuesto de una relación inversa entre grado de protección y eficiencia -o productividad- es una extensión arbitraria de ciertos supuestos y conclusiones de análisis parcial microeconómico al campo de la macroeconomía. Graña parece ignorar que las inversiones son aceleradas por la demanda, y no por la “competencia”: ningún empresario invierte cuando la competencia (externa) lo desaloja del mercado.

En verdad, son estos experimentos de reducción de los márgenes de protección los que llevaron a una reducción sistemática del salario real de largo plazo, concomitante al debilitamiento de la capacidad de negociación de los asalariados. En una estructura productiva desequilibrada, como la nuestra, dejar librada la economía al mercado genera ciclos volátiles alternados con ajustes recesivos y endeudamiento acumulativo. Y peor aún: desentenderse de la política cambiaria, como hace Graña, conduce involuntariamente a las mismas posiciones del liberalismo ortodoxo.

Por supuesto, un tipo de cambio alto supone un salario real bajo. De allí la importancia de las devaluaciones compensadas, como proponía Marcelo Diamand. No sólo mediante las retenciones, sino también mediante otros mecanismos (subsidios, desgravaciones impositivas, etc.). En todo caso, parte del remedio es el que propone el mismo Graña, la aplicación de políticas industriales y de desarrollo, en lugar de jugar a la ruleta rusa con la reducción de la protección, bajo el riesgo de desmontar la industria (buena o mala) que hoy tenemos.

En verdad, más que un tipo de cambio alto, lo que es imprescindible es un sistema de tipos de cambios múltiples, distintos (más altos) para la industria que para el agro. Dado un cierto nivel arancelario, el tipo de cambio, a precios internacionales constantes, define el extremo superior del margen de protección, esto es, el precio por arriba del cual ingresa al país la competencia importada. Por otro lado, el nivel del salario determina, vía costos, el extremo inferior. Luego, el margen de protección varía positivamente con la relación entre tipo de cambio y salario nominal.

El margen cumple para las empresas dos funciones básicas: 1) las resguarda de las fluctuaciones de precios; 2) les otorga flexibilidad para fijar su política de precios y salarios. A mayor margen, menor es la capacidad del Estado para regular precios y salarios industriales mediante el comercio exterior, salvo que se apliquen políticas extremas que lleven a las empresas al borde del abismo, como en 1976 y en los años 90. La existencia de un cierto margen de protección efectiva hace posible fijar precios y salarios por acuerdo entre empresarios y asalariados, con el arbitraje del Estado.

A Graña esto se le ha perdido irremediablemente de vista. Da la sensación que quisiera “castigar” a las empresas por la inflación y los bajos salarios, pero sin reparar que el supuesto castigo se irradia hacia otros sectores menos beneficiados. Esto es debido a que la reducción del margen de protección devuelve al Estado su capacidad regulatoria vía importaciones, pero también los salarios pueden ser controlados indirectamente a través de la competencia externa y el manejo del tipo de cambio.

En suma, el margen de protección es la base objetiva para que se puedan negociar salarios hacia arriba. Que eso se consiga o no, depende esencialmente de una política de Estado. La alternativa al método brutal y contractivo empleado en 1976 y en los noventa es una fuerte política de ingresos (de precios y salarios), donde los empresarios sean encauzados por el Estado para moderar la inflación y permitir una suba gradual de los salarios reales. El éxito de estas políticas requiere un fuerte liderazgo del Estado que las garantice, introduciendo un variado menú de elementos (económicos como compulsivos), desde estímulos y premios económicos, hasta controles y acuerdos de precios, un sistema que por lejos rendiría más frutos a los asalariados actuales que las propuestas que evocan las viejas consignas de Juan B. Justo.

* Economistas del Grupo Luján e investigadores de la Universidad Nacional de Luján

Original: pagina 12

10 ago 2009

Fugar debería ser más costoso





Por Gustavo A. Murga *


El prestigioso economista Nicholas Kaldor, reconocido por sus estudios sobre los determinantes de la inversión en los ciclos de crecimiento sostenía, hacia 1939, que lo que distingue las compras y ventas especulativas de otras es que su único motivo consiste en la expectativa de un cambio en el precio que rige en el mercado. En un mundo en el que la previsión fuera perfecta, nadie podría obtener una ganancia especulativa. Los especuladores no existirían. En un mundo en que la previsión es imperfecta, la existencia de especuladores permite que el sistema se comporte con más previsión de la que posee el individuo medio en el sistema. Sólo el especulador con una previsión mejor que la media, puede esperar permanecer en el mercado. Sin embargo, esto requiere un estado de cosas en el que la demanda u oferta especulativa sea sólo una pequeña parte de la demanda u oferta total, de forma que aunque la actividad especulativa pueda influir sobre la magnitud de la variación del precio, no puede hacerlo nunca sobre su dirección. Si no se satisface esta condición, el anterior razonamiento se derrumba.

Es decir, si bien sigue siendo verdad que el especulador, a fin de tener éxito de forma permanente, debe tener una previsión mejor que la normal, le bastará tan sólo con prever correctamente el grado de previsión de los otros especuladores, más que precisar el rumbo futuro de los factores no especulativos que subyacen en la determinación de precios del mercado. De modo que, para el especulador individual suele ser más rentable concentrarse en prever la psicología de otros especuladores. Y a esas alturas, aun si la especulación en conjunto obtiene una pérdida neta en vez de una ganancia, ésta no resultará autocorrectora ni siquiera a largo plazo, ya que las pérdidas de una población variable de especuladores desafortunados será suficiente para mantener permanentemente un grupo de especuladores con éxito, cuya existencia será una atracción suficiente para asegurar una oferta permanente de dicha población variable. De modo que se genera una dinámica tal que, mientras los especuladores difieran en su propio grado de previsión, no necesitan prever con éxito los acontecimientos externos a sus propias conjeturas sobre la especulación de los otros, y de esta manera pueden vivir de ellos.

Desgraciadamente, hemos podido asistir a ese tipo de especulación respecto de la dirección del precio de nuestra moneda y eso ha dejado una profunda enseñanza perniciosa: el que apuesta al dólar, tarde o temprano, gana. Nunca se puede estar a salvo de volver a caer en esa dinámica si no se toman las medidas necesarias para evitarla. Esto fue claramente entendido y se actuó en el sentido correcto. Si bien es cierto que alrededor de seis mil millones de depósitos están en divisas, que 12 mil millones son las transferencias a bancos en el extranjero, y tres mil millones salieron por la compra y venta de títulos valores que cotizan en moneda extranjera, fueron tomadas las medidas necesarias para entorpecer la fuga de divisas: por ejemplo, la CNV reguló la operación financiera denominada “contado con liqui” y limitó a las operaciones financieras con paraísos fiscales; la AFIP bloqueó parte de la devolución del IVA o pago de reintegros a las exportaciones, realizadas a través de tales paraísos; también vale la pena mencionar, la reducción del tiempo exigido para informar al BCRA sobre pagos anticipados que tengan previstos por deudas contraídas en el exterior; y la ejecución de licitaciones de opciones de pases activos a los bancos, por parte de esta última entidad.

Pese a estas atinadas políticas, la preferencia por la liquidez en moneda extranjera ante el primer atisbo de incertidumbre, es una muestra de que aún existe en la mentalidad del agente económico la consigna clara de que el que apuesta al dólar gana, aún ante la pérdida social y económica que ello conllevó históricamente (devaluación, inflación, caída del salario real, etc.). Desde la segunda mitad del 2007 más de 20 mil millones de dólares salieron directamente por la compra de billetes en bancos o casas de cambio. Este fenómeno puede ser explicado en términos de la experiencia argentina, que ha convertido al ciudadano común en agente especulador del mercado cambiario que actúa en función de su propio interés particular y grado de previsión (aún a sabiendas de que pueda fomentar con su acción una pérdida neta para la sociedad en vez de una ganancia). En tales circunstancias, debiera profundizarse el control directo sobre la especulación de este tipo, haciendo más costosa la preferencia por la liquidez en moneda extranjera (gravando, de ser necesario, la compra-venta de divisas). De este modo, se volverían más atractivas las opciones de inversión financiera que ofrece el sistema bancario (tales como plazos fijos), sin necesidad de elevar la tasa de interés de referencia del sector privado. Se generaría así mayor ahorro de divisas para sustentar las políticas de demanda efectiva expansiva que el Gobierno propicia, mientras que las inversiones privadas promoverían una nueva etapa de ciclo expansivo.

* Investigador y docente del Grupo Luján, UNLU y UBA