El viejo Almacén. BsAs

Surplus Approach

“Es necesario volver a la economía política de los Fisiócratas, Smith, Ricardo y Marx. Y uno debe proceder en dos direcciones: i) purgar la teoría de todas las dificultades e incongruencias que los economistas clásicos (y Marx) no fueron capaces de superar, y, ii) seguir y desarrollar la relevante y verdadera teoría económica como se vino desarrollando desde “Petty, Cantillón, los Fisiócratas, Smith, Ricardo, Marx”. Este natural y consistente flujo de ideas ha sido repentinamente interrumpido y enterrado debajo de todo, invadido, sumergido y arrasado con la fuerza de una ola marina de economía marginal. Debe ser rescatada."
Luigi Pasinetti


ISSN 1853-0419

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Teorías del valor y la distribución una comparacion entre clásicos y neoclásicos

Fabio PETRI   Esta obra, traducida por UNM Editora, ha sido originalmente editada en Italia con el título: “Teorie del valore e del...

17 mar 2009

La política agropecuaria y la estructura productiva



por Fabián Amico


La eterna discusión entre el gobierno y la Mesa de Enlace puso en evidencia las orientaciones económicas que emergen de la discusión sobre la política agropecuaria. Pese a algunas concesiones obtenidas inicialmente por el sector (en el tema ganadero, lácteo la suba del precio de referencia del trigo destinado al mercado interno), la Mesa de Enlace volvió a pedir una vez más la rebaja de las retenciones a la soja. El Gobierno se negó a hacerlo argumentando que no quiere afectar la recaudación en medio de la crisis internacional. Los representantes del agro aseguraban que hay otras alternativas de recaudación.
En el trasfondo de esta discusión hay un bloque de fuerzas políticas y sociales propugnando un retorno al modelo agroexportador, ahora basado en la soja, un modelo de país que ya ha demostrado, durante más de treinta años, su más completo fracaso. Los representantes más duros de este bloque se reunieron recientemente en torno del megaevento de negocios Expoagro, donde adoptaron la soja como bandera. Cada intervención y cada discurso pareció tener como objetivo competir con los demás para ver quién está más a la derecha y quién sustenta las posiciones más radicalmente conservadoras, en una dinámica realmente bizarra. Sin los tapujos de algún pasado retóricamente progresista, Carrió se radicalizó una vez más. “El único camino de salida de la crisis que tiene la Argentina es el campo y la agroindustria”, dijo, y agregó que convocará a sesiones especiales del Congreso para forzar la discusión de las retenciones a la soja. Como frutilla de la torta agregó que “hay que bajar los costos laborales para sostener el empleo”.
Un menú completo de ortodoxia.

Sin embargo, la necedad de los adversarios no puede convertirse así nomás en una virtud propia. Preso de una larga confusión, el gobierno coloca la discusión con los empresarios agropecuarios en un terreno ambiguo, como si el problema fuera la recaudación fiscal o solamente un problema de justicia distributiva, con todo lo importante que esto pueda ser. Se descuida la atención sobre un problema aún más importante, como es su efecto sobre la estructura productiva del país.
Marcelo Diamand decía que en Argentina los productos agropecuarios son relativamente más baratos que los industriales por dos razones. Una: la extraordinaria dotación de recursos naturales del país; otra: el retraso del desarrollo industrial interno, debido a las crisis y las políticas de ajuste de las últimas décadas. Así, si se fija un tipo de cambio bajo (un peso “caro”), acorde con la productividad “natural” del agro, los precios agropecuarios son competitivos a nivel internacional pero los precios industriales no. Esta asimetría entre precios relativos internos y los internacionales supone que para otorgarle competitividad a la producción nacional de exportables, especialmente de bienes industriales, tiene que haber tipos de cambio diferenciales para los diversos productos. Este es el único modo genuino en que la industria pueda contribuir con exportaciones a obtener las divisas que insume su propio desarrollo.
Un ejemplo: si para la rentabilidad de la soja alcanza una paridad de 2 pesos por dólar, para hacer viables las exportaciones de textiles o maquinarias es necesario un dólar a 4 pesos. Si el tipo de cambio se fija en el nivel de la soja (como en la convertibilidad), no hay necesidad de retenciones ni hay inflación, pero desaparece más de la mitad de la producción y el empleo industrial. Si el dólar se fija en el nivel “industrial”, más alto, se genera una renta extraordinaria para la soja, que aumenta el precio de la tierra y del conjunto de los alimentos, y profundiza los desequilibrios estructurales del país.

No hay muchas opciones: se deben “administrar” las señales de precios del mercado internacional, para “traducirlas” en función de una estructura productiva interna que haga factible el desarrollo económico y social. Si los precios relativos internacionales se traducen al mercado interno sin interferencia (como las retenciones u otras intervenciones posibles del Estado), el campo pasaría a ser un mero apéndice del mercado mundial, como en los viejos tiempos del modelo agroexportador, y el país se desindustrializaría sin pausa. Pese a lo que se repite sin fundamento en los medios respecto de la incidencia del sector agropecuario, el conjunto del agro y del sistema agroalimentario generan menos del 20% del empleo, con lo que el resto de la población del país sobraría.[1] Pero ni siquiera eso es seguro, porque las oscilaciones de los precios internacionales de productos primarios son muy bruscas: ¿qué modelo agroexportador resultaría en un mundo como el actual con caída de los precios de la soja y otros commodities?.
En verdad, en Argentina la discusión sobre la apropiación de la renta que generan los productos agropecuarios, fue una discusión que apunta a adjudicar un carácter de bienes públicos a los productos del sector, dado su rol estratégico en la provisión de divisas y en el alivio de la restricción externa. Por otro lado, la fijación de tipos de cambios diferenciales podría traducirse en salarios en dólares relativamente más bajos (que en el fondo es un reflejo de la productividad media de la economía). Pero el hecho de que el salario real pueda ser relativamente bajo en dólares no implica que no pueda ser más alto en pesos, o sea en poder adquisitivo interno. Ello depende de la relación entre tipo de cambio y salario real, y del grado de disociación que la política económica pueda establecer en cada momento entre precios internos e internacionales de los bienes-salario que exporta el país. Por caso, en la convertibilidad había salarios altos en dólares, junto con desindustrialización, alto desempleo y una paulatina caída de salario real en pesos.
Estos temas fundamentales siguen ausentes de la agenda pública en general y en particular en las actuales discusiones sobre la política agropecuaria. Si esta situación persistiera, retornaría al centro de la escena la “maldición de los recursos naturales”, a saber: los países que sustentan su desarrollo en sus recursos naturales abundantes (petróleo, cobre, tierras fértiles, etcétera), nunca llegan a superar el subdesarrollo. En ausencia de este debate fundamental, la estrategia de la Mesa de Enlace de “ir corriendo el arco” a medida que obtiene concesiones, terminará por consumar la anhelada eliminación de las retenciones, incluidas las que rigen sobre la soja. No sería extraño entonces que el país ingrese, con renovados bríos, en una nueva ronda del modelo soja & shopping, como en los años noventa, cuando Argentina hizo todo lo que Carrió, Solá, Macri y la Mesa de Enlace hoy pregonan con fanatismo. Y así nos fue.

[1] Unos de los pocos que intentaron “demostrar” con datos esa alta incidencia del agro fueron Llach, Harriague y O’Connor (“La generación de empleo en las cadenas agroindustriales”, documento de la Fundación Producir conservando, Buenos Aires, 2004). La réplica de Javier Rodríguez fue lapidaria (véase: “Los complejos agroalimentarios y el empleo: una controversia teórica y empírica”, Cenda, Doc.de Trabajo, Nro.3, setiembre de 2005). Tras su análisis Rodríguez concluyó que: “Todo el sistema agroalimentario ampliado, incluyendo la producción, comercialización y transporte de todos los alimentos (incorporada la pesca), y de toda la producción primaria incluyendo el algodón, la lana, la madera, etc.; acapara el 18,1% de los puestos de trabajo existentes en 1997”.

14 comentarios:

Anónimo dijo...

Me imagino lo bien que se deben llevar los tipos de cambios diferenciales y la teoría de las ventajas comparativas de Ricardo... Esa parte de su obra la saltearon?

Alejandro Fiorito dijo...

ningùn pais tuvo ventajas comparativas industriales...naturales. Los Estados modificaron el tipo de cambio para obtenerlas. Para nuestro caso, la literatura sobre la "Dutch Desease", puede servir para ver que no se trata de no exportar agro, sino de exportar industria. Desarrollo. Se llevan bien, estimado anonimo, no crea. Le recomiendo Diamand.

JGB dijo...

Se ve que el anónimo sostiene la bandera de DR y HO...

Muy bueno el post y el blog, gente.

Saludos!

Julián.

Anónimo dijo...

En los trabajos de Ricardo no se presume una tendencia al pleno empleo de la fuerza de trabajo, de modo que las ventajas comparativas, aún si efectivamente operaran (lo que de por sí ya es muy cuestionable), no necesariamente garantizarían el máximo nivel de empleo. La única forma, entiendo, como podría reducirse el desempleo en un contexto de productividades diferenciales con un tipo de cambio definido por los sectores de más alta productividad, como ocurre en los enfoques ofrecidos por Diamand, es que el salario, vía desempleo, se reduzca lo suficiente como para compensar la baja productividad industrial. Pero este ajuste, precisamente, está contradicción con la teoría ricardiana de los salarios, ya que en esta teoría los salarios reales no funcionan como variables de ajuste y tienden a coincidir con la subsistencia. Varios autores han señalado que existe una contradicción entre la teoría del comercio y la teoría del salario ofrecida por Ricardo. En este sentido, me parece, Amico hace muy bien en “saltearse” la teoría ricardiana de las ventajas comparativas. Para más información sobre la contradicción indicada ver:

Steedman, I, “Foreign Trade” en New Palgrave of Economics, version 1987.

Parrinello, S. “On Foreign Trade and the Ricardian Model of Trade”, Journal of Post Keynesian Economics, 1988.

Tulio Prado dijo...

La teoría de Diamand funcionaba en una economia semi-cerrada como las de los sesenta. En una economía abierta el tipo de cambio lo determina mas la cuenta de capitales que la balanza comercial, por lo cual no podes sostener que el tipo de cambio refleja la productividad del sector mas eficiente de la economía. De hecho en Argentina el tipo de cambio desde 2002 sirvió para proteger a pymes mano de obra intensivas de baja productividad.
Por otro lado si el gobierno decidiera eliminar las retenciones el efecto esperable sería un incremento de divisas en manos del sector privado que en poco tiempo se fugaría al exterior, como ya ocurrió en 2008, presionando a la moneda nacional hacia la depreciación y en consecuencia, favoreciendo la protección de la industria.
En fin, me parece un buen post, pero poco apropiado para explicar la realidad actual.

Alejandro Fiorito dijo...

Estimado Tulio,

algunos puntos:
1- en ningun post dificilmente se podrá explicar la realidad en su conjunto. Es mucho para un post.

2-En el post se resalta un aspecto de países como el nuestro con heterogeneidad estructural, donde la "fijación" del tipo de cambio en niveles altos o bajos tienen consecuencias de freno para el crecimiento continuo, sino se toman otras medidas compensatorias.
Nótese que en ningun momento del post se suponen "tipos de cambio de equilibrio".El uso en el texto de Fabian de: "si se fija...etc" es un indicador de analisis de la lógica de muchos posibles tipos de cambio que sólo pueden ser administrados por los Estados como objetivos de política, siempre. La concepcion "equilibrista" es de cuño neoclasico, del cual el Grupo Lujan es ajeno.

3-Por lo anterior no se sostiene que el tipo de cambio (en singular) sea el de mayor productividad, y sí que en distintos momentos de la historia argentina, se adoptaron tipos de cambio atrasados, con las secuelas de eliminar la produccion industrial. (fase conservadora o neoclasica del pendulo de Diamand, o Soja-Shopping y timba financiera como dijera Eduardo Curia)
4-Como el atraso cambiario real se va produciendo con la suba de precios internos, producto del propio crecimiento, sumado a efectos de la puja distributiva, inflacion mundial por "arrastre" exportador, etc. Por lo que si se sacan las retenciones se producirán subas aun mayores de los precios internos por "arrastre" y el tipo de cambio acumule mayor presion para una mayor devaluacion. y como se sabe, las devaluaciones no son aquí expansivas, sino contractivas por caida de consumo interno. (sino median compensaciones como lo son las retenciones).

cordialmente
Alejandro Fiorito

Eduardo dijo...

Es claro que hoy la cuenta capital explica la mayor parte de las fluctuaciones del tipo de cambio. Pero eso no significa que la simple fuga de capitales termine favoreciendo o protegiendo a la industria. Por periodos bastante prolongados (ej. 1977-82; 1991-2001) las entradas incontroladas de capitales pueden generar notables apreciaciones cambiarias que acaban con cualquier industria (competitiva) para luego terminar con fugas de capitales gigantescas que terminan en devaluación, inflación, quiebras bancarias y caos social. Y los empleos e industrias que se perdieron en el camino no vuelven nunca más. No se trata de una función reversible al estilo neoclásico… El movimiento internacional de capitales no es armonioso ni tiende a consolidar ningún tipo de “equilibrio” en el sentido habitual de la palabra. Las crisis sufridas por casi todo el mundo en los últimos 25 años son un testimonio de ello. Ahora bien, concuerdo con la idea de que hoy se debe prestar más atención al movimiento de capitales como causa de las apreciaciones cambiarias que a la llamada “enfermedad holandesa” que trata de explicarlas por motivo comerciales. En este sentido, me parece, posturas como las de Bresser Pereira son anacrónicas y unilaterales.

Eduardo

Tulio Prado dijo...

Me parece que como planteó Gerchunoff en "Requiem para el stop and go", cada vez es menos cierto que exportamos lo que comemos. El mejor ejemplo de esto es la soja, que es justamente la piedra de toque en la discusión de gobierno-campo. La excepción -que confirma la regla- es la carne.
Si esto es cierto, las retenciones entonces tienen cada vez menos un efecto antiinflacionario y cada vez más un objetivo fiscal. En el contexto de una probable devaluación, los derechos al comercio exterior potenciarian los ingresos fiscales, lo cual parece ser el objetivo central del modelo económico post-crisis 2001.
Por otro lado creo que el gobierno no presenta ninguna objeción al modelo agropexportador, como parece desprenderse del texto de Fabián, sino que en todo caso participa como un socio importante y discute el porcentaje de dividendos que se llevará a través del sistema impositivo. Este conflicto no es entonces originado en distintas creencias respecto a modelos productivos sino que se trata de seguir manteniendo elevados niveles de recaudación, al parecer el principal fundamento de las Kirchnernomics.
Respecto a la cuestión del movimiento de capitales, el proceso es mas complejo pero efectivamente como dice Eduardo, es mas importamte que la enfermedad holandesa en la determinacion del tipo de cambio. Su entrada indiscriminada termina generando que el Estado tenga que intervenir (como en la convertibilidad de los 90) para evitar que se siga apreciando, y la fuga de capitales genera una presión para la depreciación, como está sucediendo ahora.
En conclusión acuerdo con la preocupación por buscar un modelo alternativo al agroexportador (que creo, están sosteniendo tanto el campo como el gobierno), en la necesidad de desarrollar sectores económicos con mayor impacto sobre el empleo (como sostiene Fabian y Javier Rodriguez), y creo que estaría bueno discutir que tipo de estructura industrial acorde a los paradigmas teconológicos dominantes, ofrece esa alternativa para nuestro país.
saludos

Emiliano dijo...

Estimado Tulio: no hace falta comer lo que exportamos para sufrir de algunos de los problemas clásicos de la economía Argentina durante la ISI. Aca Gerchunoff, a mí humilde enterder, le erra.
La soja desplaza cultivos y puede presionar sobre el precio interno de los alimentos, generando malestar entre los asalariados. Y aún en términos "Marshallianos", podríamos pensar que un aumento en el area sembrada eleva el costo de los factores para las restantes ramas de actividad, deteriorando su competitividad, etc.
slds,
Gualra

Eduardo dijo...

Participantes del Blog

Les dejo a todos pregunta-reflexión. Un comentarista anónimo comentó el tema de la teoría de las ventajas comparativas de Ricardo. Ahora, con Tulio, coincidimos en que el movimiento de capitales es más importante que el comercio para explicar las fluctuaciones del tipo de cambio. Mi pregunta es la siguiente: si el tipo de cambio no es determinado en lo fundamental por el comercio, ¿tiene sentido que la teoría de las ventajas comparativas siga dominando o continué siendo el “core” de los cursos de economía internacional? En casi todos los manuales de economía internacional (ej. Krugman y Osfeld) la parte “real” (dígase ventajas comparativas “ricardianas” o a la H-O) se explica en los primeros capítulos y la parte “monetaria” expone como un problema separado en capítulos posteriores, como si una cosa no tuviera nada que ver con la otra, como si fueran temas distintos y estrictamente separables. Sin embargo, es bastante obvio que las ventajas comparativas sólo pueden explicar el comercio si el tipo de cambio se determina en la forma “apropiada”. Por el contrario, si está sujeto al capricho de los mercados financieros… talvez la teoría de las ventajas comparativas debería sólo considerarse como un principio normativo el cual indicaría que lo mejor sería que cada país se especialice (Ricardo) o tienda a exportar (H-O) de acuerdo con ese principio. Pero ciertamente no sería un principio explicativo del comercio. Me parece que en la actualidad hay un divorcio o una contradicción entre las teorías “reales” del comercio y toda la literatura “monetaria” reciente sobre los determinantes del tipo de cambio. Espero comentarios.

Abrazo

Alejandro Fiorito dijo...

Me centro en lo último de decís, Eduardo:

"talvez la teoría de las ventajas comparativas debería sólo considerarse como un principio normativo el cual indicaría que lo mejor sería que cada país se especialice (Ricardo) o tienda a exportar (H-O) de acuerdo con ese principio."


Me parece que como no se puede hablar de desarrollo industrial o de dinero o política monetaria, sin incluir al Estado, éste es un prius del análisis económico, y su olvido hace que se piense luego en forma binaria. El tipo de cambio es fundamentalmente determinado por el Estado siempre, dadas las restricciones.

Por lo tanto no es por los "caprichos de los mercados financieros" que no son válidas las ventajas comparativas desde el comercio, puesto que el Estado también puede hacer control de ingresos de capitales, de aranceles, además del tipo de cambio, etc. Sino que ni siquiera es válido como principio normativo, en tanto los objetivos de política económica, pueden hacer necesario para cualquier país la industrialización aún en contra de dichas ventajas basadas en dotaciones de factores. No otra cosa hicieron los países que hoy son industrializados, luego de Inglaterra y compitiendo contra ella. Ninguno tuvo una "dotación natural de industrias" al comienzo.
Eso sin nombrar que no hay sustitución de factores por señalización de precios, ante tecnologías dadas, etc.

Solamente sería valido como un juego mental, suponiendo que no existen los Estados. Solamente en ese imaginario escenario el "equilibrismo" de los tipos de cambio tendrìan algun sentido.

Alejandro

Eduardo dijo...

Alejandro,

Efectivamente, si el tipo de cambio no se explica sólo por el comercio, la teoría de las ventajas comparativas no puede tener validez general. Es sólo una posibilidad entre otras. Esto será así independientemente de que las ventajas comparativas o absolutas - para el caso es lo mismo- sean dinámicas, inducidas por políticas públicas, etc.

Si el tipo de cambio tanto puede depender del saldo comercial como de la política del Banco Central cuando acumula o liquida reservas, de los Bancos Centrales del resto del mundo cuando fijan sus tasas, de los mercados financieros que “confían” o “dejan de confiar” en una determinada economía, o de cualquier otro motivo, entonces no podemos considerar a las ventajas comparativas como una ley general. En otras palabras, como ocurre cuando pensamos la tasa de interés, siguiendo a Keynes, como un fenómeno monetario o institucional, si hacemos lo propio con el tipo de cambio (de hecho ambas variables no son independientes) estaremos obligados a matizar la validez de las ventajas comparativas, ya que el dinero no es neutral en ningún sentido.

Por eso, entiendo, la crítica de Tulio no refuta sino que confirma el argumento de Fabián. Es decir, la enfermedad holandesa explicaría por qué un tipo particular determinado por el comercio, en presencia de heterogeneidad estructural, puede impedir o dificultar el desarrollo industrial. Ahora bien, si además el tipo de cambio sufre la influencia de los flujos financieros, de las políticas seguidas por los bancos centrales de casi todo el mundo, etc., etc., es claro que nada garantiza que el tipo de cambio será el adecuado para alcanzar el desarrollo o para que el comercio se rija de acuerdo a ventajas comparativas. En conclusión, si bien es cierto que el análisis de Diamand debe actualizarse teniendo en cuenta el peso creciente de los flujos financieros, esto también significa que hoy es más urgente que nunca tener una meta de tipo de cambio para promover el desarrollo. Al menos esto debería ser así en cualquier país que adolezca de problemas de balanza de pagos.

Alejandro Fiorito dijo...

Sumando a lo que dice Alejandro y Gualra, algunas cosas (perdón la extensión):
1. TP Dice: “La teoría de Diamand funcionaba en una economía semi-cerrada como las de los sesenta. En una economía abierta el tipo de cambio lo determina más la cuenta de capitales que la balanza comercial, por lo cual no podes sostener que el tipo de cambio refleja la productividad del sector más eficiente de la economía. De hecho en Argentina el tipo de cambio desde 2002 sirvió para proteger a pymes mano de obra intensivas de baja productividad.”

El tipo de cambio no lo determinan por sí mismos ni la cuenta de capitales ni la balanza comercial. Como muestra una copiosa cantidad de literatura empírica (tanto de raíz ortodoxa como heterodoxa), sobre la base de la posición global del balance de pagos (balance de divisas) el tipo de cambio se determina como una variable política-institucional, de carácter exógeno. Esto es central porque entonces la fijación del TC tiene implicancias sobre el régimen macroeconómico, sobre la estructura productiva y por ende sobre la estrategia de desarrollo. Da la sensación que Tulio Prado piensa en un TC “endógeno” (no importa si es “determinado” por el balance comercial o por la cuenta de capital). En la práctica, el carácter institucional que adquiere la determinación del TC, supone que su nivel es determinado por los gobiernos en función de diversas orientaciones políticas posibles. Obviamente, el TC no puede tomar cualquier valor (hay restricciones que por otra parte son “móviles” y no totalmente independientes de la propia fijación del TC). Pero éste no es determinado por el mercado, sino que se fija por el Estado dentro de una gama de valores que son factibles en cada estructura económica y social.
De hecho lo que ocurrió en los 90 es que la apertura de la cuenta de capitales hizo factible (aunque no “determinó”) la fijación de un TC real muy apreciado en términos de moneda local en comparación con la experiencia previa. A ese nivel, sí se puede decir que “el tipo de cambio reflejó el sector de mayor productividad”, a saber: el complejo sojero (no ocurrió así con las otras producciones tradicionales que en los años setenta servían de referencia para la fijación del tipo de cambio “pampeano”. De hecho, en los noventa, mientras la soja crecía y se exportaba, el resto de las producciones languidecía y desaparecieron más de 80 mil explotaciones).
El TC desde 2002 no solo sirvió para proteger pymes de baja productividad. También permitió que sectores industriales enteros pudieran exportar, cosa que no podía ocurrir al TC típico de la soja como en los 90 (dicho sea de paso, Gerchunoff en “Réquiem para el stop and go…” reconoce que hay sectores industriales de buena perfomance exportadora, pero no se le cruza asociar esto con la política cambiaria). Obviamente, si el dólar se fijara al nivel de la rentabilidad de la soja, la economía argentina se desindustrializaría, y apenas podría contar con el aporte de algunos sectores “sobrevivientes”, como servicios, finanzas, supermercados y algunas industrias vinculadas al estilo de las industrias “naturales” del Plan Pinedo. De allí lo del modelo Soja & shopping (véase Curia, 2008).

2. Dice TP: “Por otro lado si el gobierno decidiera eliminar las retenciones el efecto esperable sería un incremento de divisas en manos del sector privado que en poco tiempo se fugaría al exterior, como ya ocurrió en 2008, presionando a la moneda nacional hacia la depreciación y en consecuencia, favoreciendo la protección de la industria”.
Es probable que en esta coyuntura cualquier cosa que se haga con las retenciones no pueda frenar las expectativas de devaluación, pero esto no es independiente de la actual estrategia de “minidevaluaciones administradas” del Central que refuerza tales expectativas. Pero eso mismo ocurriría hoy con cualquier fuente de divisas (por ende no es un rasero para medir el efecto de las retenciones).
Desde un punto de vista estructural, la baja de retenciones –si persistiera-, al aumentar el tipo de cambio efectivo que perciben los exportadores, producirá por esta vía el aumento del precio interno de esos mismos bienes. O sea, producirá una redistribución del ingreso desde los asalariados y actividades domésticas hacia los exportadores, fundamentalmente agropecuarios. No cambia mucho que la soja no se consuma internamente: la expansión de la rentabilidad sojera empuja el precio de la tierra hacia arriba y encarece todas las otras producciones (carne, trigo, lácteos) (Gerchunoff, como bien dice Gualra, está equivocado también aquí). Esto a su vez produce una presión redistributiva para recuperar los ingresos salariales perdidos y acelera la tasa de inflación, reduciendo el tipo de cambio en términos reales, y dejándolo, si el proceso continúa, en el nivel del “sector más productivo” (otra vez: la soja!).
Creo que este es un dilema bien actual de la economía argentina. Y creo que este dilema solo se puede entender sobre la base de la explicación de Diamand. El stop and go, aún en un contexto modificado, goza de excelente salud, porque está asociado con un esquema de productividades diferenciales que no se ha modificado.
Respecto de este punto, uno puede decir que la industria argentina es “ineficiente” y que no sirve como canal de desarrollo (como Tulio Prado parece sugerir cuando se refiere a “pymes mano de obra intensivas de baja productividad”). Pero la productividad es la que es. Y ese es el punto de partida. Para alcanzar una mayor productividad la industria requiere salir de la dinámica del stop and go; no al revés: no se le puede pedir a la industria que exporte y sea competitiva a nivel mundial cuando historicamente se le permitió surgir (y fue una opción forzada) con costos y precios más altos que los internacionales. Hubo allí un manejo asimétrico: la política cambiaria y arancelaria le permitió emerger y desarrollarse pero sólo “hacia adentro”, fijándose el TC en referencia al agro pampeano, a cuyo nivel la industria no puede exportar. De allí lo de “estructura productiva desequilibrada”. La incomprensión sobre Diamand lleva a pensar que es un autor pasado de moda. Creo que habría que leerlo con más atención.
Por eso, la queja respecto de la “ineficiencia” industrial o por su baja productividad revela una incomprensión de la industrialización argentina, que aún perdura. La industria surge en Argentina del único modo en que podía hacerlo: con protección, “violando” el libre comercio. Por origen, tiene costos y precios más altos que los internacionales y por ende una menor competitividad. Puede ser poco productiva o lo que sea. Pero es un dato de la realidad histórica (véase Diamand, 1972). Y el pasado es inmodificable.
Obviamente, se puede optar por un modelo exportador basado en recursos primarios, con el agregado de alguna industria vinculada, sumando la madera, la minería, la biotecnología, etc. (escribo a propósito el listado de sectores que alentaría, por ejemplo, alguien como Gerchunoff). Porque, finalmente, como dicen los amigos de la mesa de enlace: “no queremos subsidiar a una industria ineficiente”. OK. Habría que responder seriamente con qué le van a dar empleo a la gente y qué capacidad de inclusión va a tener ese modelo.
Tulio Prado no parece tener problema alguno con (ni hace mención a) los efectos del avance de la soja sobre la estructura productiva. Si también sigue en este punto a Gerchunoff, entonces debe tener en mente un modelo de desarrollo donde la soja podría ser una suerte de “columna vertebral”. Nótese que para Gerchunoff, lo que determinaba las marchas y contramarchas en la economía del país era la pérdida de inserción de la Argentina en el comercio mundial. Hace unos años explicó: “Aquella Argentina de 1880 a 1930 tenía un engarce feliz entre su estructura productiva y lo que demandaba la primera potencia del mundo”. (¿En serio tenía un “engarce feliz”?). Sigue: “Eso le daba una dinámica de crecimiento que cada tanto se detenía, pero con una tendencia expansiva. Eso se interrumpió en 1930 (sic). La Argentina optó entonces, casi sin alternativas, por la sustitución de importaciones, por el desarrollo de una economía cerrada. (…) Creo que es posible que el mundo nos esté ofreciendo una nueva oportunidad” (Entrevista a Gerchunoff, 2005).

3. Dice finalmente TP: “Por otro lado creo que el gobierno no presenta ninguna objeción al modelo agroexportador, como parece desprenderse del texto de Fabián, sino que en todo caso participa como un socio importante y discute el porcentaje de dividendos que se llevará a través del sistema impositivo. Este conflicto no es entonces originado en distintas creencias respecto a modelos productivos sino que se trata de seguir manteniendo elevados niveles de recaudación, al parecer el principal fundamento de las Kirchnernomics.(…) En conclusión acuerdo con la preocupación por buscar un modelo alternativo al agroexportador (que creo, están sosteniendo tanto el campo como el gobierno), en la necesidad de desarrollar sectores económicos con mayor impacto sobre el empleo (como sostiene Fabián y Javier Rodríguez), y creo que estaría bueno discutir que tipo de estructura industrial acorde a los paradigmas tecnológicos dominantes, ofrece esa alternativa para nuestro país”.
TP tiene razón: los conflictos no se originan por “creencias respecto a modelos productivos”, sino por intereses. No importa lo que los actores en danza crean, sino lo que hacen. Por lo demás, no se entiende un tipo de “sociedad” en la cual uno de los socios (la mesa de enlace) intenta desgastar y voltear al otro (el gobierno). ¿Hubo un paro empresario con cortes de rutas y desabastecimiento por tres meses por un “desacuerdo entre socios”? Creo que hubo algo más.
A partir de la crisis del 2002, el gobierno estuvo presionado a adoptar políticas expansivas, de sesgo más pragmático y heterodoxo para evitar la continuidad del desastre producido en una década de menemismo. Aclaro: no creo que el gobierno haya hecho políticas heterodoxas por convicción. Simplemente, por pragmatismo: tiene que rendir cuentas cada tanto en las rondas electorales. Y aquí espero que se me permita la ironía: no se ganan elecciones con la receta de Gerchunoff. El modelo primario-exportador, reflejo de las “nuevas oportunidades que cíclicamente ofrece el mundo” a los productores de materia prima, no genera prosperidad, no da empleo, no produce desarrollo. Y consume gobierno tras gobierno en la hoguera de las crisis y las recesiones. Kirchner es fruto de ese aprendizaje forzoso. Detrás de su soberbia y de sus rasgos personales, incluso con una historia poco elegante, donde consideraba a Cavallo como el mejor economista del país, hay movimientos sociales más vastos que lo trascienden y que lo empujan a moverse en cierta dirección. Los trabajadores y buena parte de las clases medias no votan a los que persistentemente les aseguran recesión, desempleo y ajuste. Entonces, hay sí una discusión entre dos modelos de país que trasciende a los protagonistas inmediatos. Por supuesto, en esta discusión, el modelo de desarrollo industrial, integrador, etc. tiene las marcadas deficiencias e inconsistencias del caso. Por ejemplo, el gobierno puede creer que el efecto de las retenciones es aumentar la caja, cuando en verdad su efecto más profundo es otro (podrían buscar hacer “caja” de otros modos, como se hizo antes, achicando el gasto público, subiendo el IVA, etc.). Pero en verdad el enfoque es erróneo y eso no deja de tener consecuencias.
Por lo demás, una prueba de que, de hecho, no sostienen el mismo modelo son los datos de la macro de estos últimos años. No menciono los datos de aumento del PBI (global e industrial) ni los de inversión, que son inéditos para los últimos cuarenta años, además de conocidos. Menciono sí un aspecto clave: el inédito desempeño exportador de la industria. Las exportaciones de MOI aumentaron en cantidad a una tasa anual media del 12% desde 2002 y superaron en dinamismo a todos los rubros agregados de ventas externas. En 2007 las MOI totalizaron 17.309 millones de dólares, contra 19.130 millones de MOA y 12.628 millones de exportaciones de productos primarios. El impacto del factor precios se concentró en los bienes primarios y en las MOA, y los más beneficiados por el “viento de cola” fueron la soja y el girasol, mientras en las MOI los precios se elevaron menos del 3% en 2007. Este impacto diferencial de los precios sobre los rubros de exportación hizo que se pierda de vista el dinamismo de las exportaciones fabriles y contribuyó a que se siga sosteniendo erróneamente que el país “solo” exporta soja o que depende de ésta (véase Schvarzer et al. 2008).
En este contexto, la referencia de TP a la elección de “que tipo de estructura industrial acorde a los paradigmas tecnológicos dominantes” parece estar apuntada a un “engarce” de algunas ramas de carácter subordinado con el mundo desarrollado, en lugar de un desarrollo industrial integrado.

4. Un par de cosas respecto a la pregunta de Eduardo. Reafirmando lo de Alejandro, es la posición global de divisas la que sirve de marco para la fijación del TC, y no creo que sea correcto considerar que “el movimiento de capitales es más importante que el comercio para explicar las fluctuaciones del tipo de cambio”. El año pasado hubo una fuga por la cuenta de capitales fenomenal que fue más que compensada por el lado comercial. La importancia de cada línea del Bal. de Pagos depende también de las políticas del Estado: la desregulación de la cuenta de capital no es un dato de la naturaleza.
En tal contexto, adjudicar a la cuenta de comercio la parte “real” y a la de capitales la parte “monetaria” es inexacto. Las dos son monetarias e interactúan para definir en cada momento, junto con las políticas del Estado, la restricción de divisas que deberá enfrentar la economía. La fijación del TC (una vez más) depende del Estado y de su política monetaria. Me parece que no va por ahí la crítica del principio de las ventajas comparativas. La crítica debería apuntar, como lo hicieron Prebisch y Diamand –entre otros- al supuesto de pleno empleo y a que en verdad rigen ventajas absolutas, lo que históricamente justificó y justifica le intervención del Estado y el rechazo del libre comercio para inducir la industrialización.

Fabián

Referencias:

Curia, E. (2008).- “El péndulo argentino, ¿hacia una recidiva? Pensando en Marcelo Diamand”, CASE, abril de 2008.

Entrevista a Pablo Gerchunoff, “El mundo nos da otra oportunidad”, LA NACION , 27/09/05.

Schvarzer, J. et al. (2008).- “La actividad productiva en 2007. Un crecimiento que se consolida en distintos ámbitos”, Cespa, Notas de coyuntura, Nro 24, Facultad de Ciencias Económicas, UBA, abril de 2008.

Diamand Marcelo (1972)- La estructura productiva desequilibrada argentina y el tipo de cambio, Desarrollo Económico Vol. 12 N° 45. 1972.

Eduardo dijo...

Fabián,

Cuando digo que “el movimiento de capitales es más importante que el comercio para explicar las fluctuaciones del tipo de cambio” me estoy refiriendo a datos concretos. Hay un trabajo de Medeiros, publicado recientemente en el Journal of Post-Keynesian Economics, que muestra precisamente eso. En los gráficos no se observa ninguna correlación clara entre el balance comercial - o incluso entre los precios de los productos importados y exportados- y el tipo de cambio. Por el contrario, es muy clara la correlación con el flujo de capitales. Voy a tratar de enviar los gráficos, o por lo menos la referencia. Sin embargo, con esto no quiero indicar que en determinada coyuntura, como la burbuja de commodities que caracterizó al período 2003-2008, el comercio no tenga influencia alguna sobre el tipo de cambio. Es obvio que la tiene y comparto con vos la idea de que es necesario intervenir para evitar eso. Por este motivo, cuando decís que “el año pasado hubo una fuga por la cuenta de capitales fenomenal que fue más que compensada por el lado comercial” no estás refutando lo que estoy diciendo, ya que yo nunca dije “el comercio no influye sobre el tipo de cambio”. Lo que digo, y es lo que indican los datos, es que en las últimas décadas es mucho más clara la correlación tipo de cambio-flujo de capitales que tipo de cambio-saldo comercial.

Tampoco recuerdo haber afirmado que la apertura o control sobre la cuenta de capital sea “un hecho de la naturaleza”. Por el contrario, hace años que vengo defendiendo la idea de que la tasa de interés y el tipo de cambio no son precisamente fenómenos “reales”. Es decir, variables determinadas por la productividad marginal del capital, los coeficientes de productividad y cosas semejantes. Al contrario, si decimos que sobre el tipo de cambio influye más el flujo de capitales, lo que estamos diciendo es que la política monetaria de EEUU es una pieza clave para entender las fluctuaciones de nuestros tipos de cambio. Cuando allí la FED sube la tasa de interés, frecuentemente sufrimos presiones devaluacionistas y viceversa. Y las decisiones de la FED no son “hechos de la naturaleza”. ¿Esto quiere decir que nuestro Banco Central o nuestro gobierno no pueden ejercer alguna presión en sentido opuesto? De ninguna manera. Simplemente me parece que hay que matizar planteos como el de Bresser Pereira, para los cuales todo se explica por los precios de las commodities y el saldo comercial, postura, por cierto, refutable con datos. Pero insisto, hoy las apreciaciones y depreciaciones son mucho más pronunciadas que en los tiempos en que escribía Diamand precisamente por el creciente peso del flujo de capitales.

Después decís: “adjudicar a la cuenta de comercio la parte “real” y a la de capitales la parte “monetaria” es inexacto. Las dos son monetarias e interactúan para definir en cada momento, junto con las políticas del Estado, la restricción de divisas que deberá enfrentar la economía.”

Cuando hablo de “real” versus “monetario” estoy utilizando comillas… Espero que se entienda el motivo... Para la teoría dominante del comercio internacional se precisa que al menos en el largo plazo el tipo de cambio esté gobernado por variables “reales” y no “monetarias”. Si esto no se verifica, todo el edificio se desmorona. En el mejor de los casos la inexactitud no es mía.

Después decís: “Me parece que no va por ahí la crítica del principio de las ventajas comparativas. La crítica debería apuntar, como lo hicieron Prebisch y Diamand –entre otros- al supuesto de pleno empleo y a que en verdad rigen ventajas absolutas, lo que históricamente justificó y justifica le intervención del Estado y el rechazo del libre comercio para inducir la industrialización.”

En primer lugar, la crítica a las ventajas comparativas basada en la ausencia de pleno empleo es válida si estamos hablando de la versión Heckscher-Ohlin. Pero de ningún modo es válida si estamos hablando de Ricardo. En Ricardo no existe ninguna hipótesis de pleno empleo. Podés revisar toda su obra que no la vas a encontrar. Recientemente hubo un debate sobre ese tema en “The European Journal of the History of Economic Thought”. Están quienes pretenden presentar a los clásicos y a Marx como versiones rudimentarias de la teoría walrasiana, y buscan, precisamente, alguna evidencia que apunte al pleno empleo en estos autores. Pero no hay evidencias textuales al respecto. Como sostiene Parrinello (1988), en la teoría de Ricardo, las ganancias (gains) del comercio no surgen debido a una asignación más eficiente de una determinada dotación de recursos y factores. Las ganancias del comercio se explican como una reducción de la cantidad de trabajo necesaria para producir y consumir ciertas cantidades de productos. Es decir, cada ganancia de comercio, si las cantidades consumidas no varían, va asociada con una reducción del nivel de empleo. Como bien lo explica Parrinello, para Ricardo, si se asumen como dadas las cantidades, una apertura al comercio internacional equivale al efecto de una mejora técnica. Es decir, a un aumento del desempleo (ver capítulo sobre maquinaria).

Por ese motivo, me parece, si Prebisch y Diamand critican la teoría ricardiana de las ventajas comarativas por asumir pleno empleo (desconozco estas críticas), lo que realmente están criticando es el llamado “Modelo Ricardiano de Comercio” que suele aparecer en los primeros capítulos de los manuales sobre el tema. De acuerdo con dicho modelo, en Ricardo habría retornos constantes de escala, pleno empleo, un único factor de producción, etc., etc. En Ricardo estos supuestos del modelo “Ricardiano” están ausentes (lo del único factor deberíamos aclararlo un poco más, después lo hago).

Segundo, la crítica que refiere a la ausencia de pleno empleo no cuestiona la validez del principio de las ventajas comparativas en tanto teoría explicativa del comercio. Y esto tanto vale para Ricardo como para Heckscher-Ohlin. Lo que cuestiona es la idea de que un comercio basado en ventajas comparativas necesariamente equivalga a una asignación plena y óptima de los recursos, lo que siempre justificaría políticas de libre comercio. Pero de ninguna manera esta crítica cuestiona la idea de que el comercio efectivamente se rija por ventajas comparativas, sean o no acompañadas por resultados óptimos. En otras palabras, quien formula esta crítica no está diciendo que el comercio se organiza con arreglo a otros principios (ventajas absolutas de costos, por ejemplo), está diciendo que el comercio libre no necesariamente acarrea resultados eficientes o deseables. En síntesis, no cuestiona a las ventajas comparativas en tanto teoría positiva del comercio, la cuestiona en tanto teoría normativa.

Tercero, la crítica a la idea de que el tipo de cambio se determina sólo por el comercio termina precisamente en las ventajas absolutas a las que te referís. Si el ajuste del tipo de cambio no coloca al salario, o a la tasa de ganancia, dentro de determinado intervalo de especialización, necesariamente prevalecerán ventajas absolutas. Es decir, el tipo de cambio real tiene que ser aquel que coloca a la distribución en su nivel apropiado. Voy a poner en detalle el argumento, adaptándolo parcialmente de Gandolfo (1998. pgs. 331-335) quien por su parte se basa en Negishi.

Exponemos el ejemplo de Ricardo en términos de coeficientes técnicos. Es decir, para simplificar, asumimos rendimientos constantes de escala. Así, partiendo del ejemplo de Ricardo, tenemos que el costo -medido en trabajo- de producir tejidos (A) y vino (B) en Inglaterra (1) y Portugal (2) son los siguientes: a1 = 100, b1 = 120, a2 =90, b2 = 80.

También para simplificar vamos a asumir que el salario real en Portugal e Inglaterra es idéntico. Es decir, nuestra variable distributiva de ajuste es la tasa de ganancia. Esto no modifica el argumento central ya que podemos asumir que ajusta cualquiera de las dos variables o alguna combinación de ambas. De este modo, el salario está dado por la siguiente ecuación:

W = cA pA + cB pB

Donde cA y cB son las cantidades de tejido y vino que integran la canasta salarial; pA y pB son los precios de determinadas cantidades de tejido y vino. Ambos precios en Inglaterra se determinan por las siguientes ecuaciones:

P1A = (1+r1) 100w1 = (1+r1) 100 (cA p1A + cB p1B) (I)
P1B = (1+r1) 120w1 = (1+r1) 120 (cA p1A + cB p1B)

Donde r1 es la tasa de ganancia de Inglaterra en autarquía. Si multiplicamos la primera ecuación por cA y la segunda por cB y luego las sumamos tenemos:

1/(1+r1) = 100 cA + 120 cB (II)

De igual modo, para Portugal tenemos:

P2A = (1+r2) 90 w2 = (1+r2) 90 (cA p2A + cB p2B) (III)
P2B = (1+r2) 80 w2 = (1+r2) 80 (cA p2A + cB p2B)

Donde r2 es la tasa de ganancia de Portugal en autarquía. Si multiplicamos la primera ecuación por cA y la segunda por cB y luego las sumamos también tenemos:

1/(1+r2) = 90 cA + 80 cB (IV)

De las ecuaciones II y IV se deduce que para un mismo salario la tasa de ganancia de autarquía en Portugal es mayor que en Inglaterra. Una vez abierto el comercio asumimos que los precios del tejido y del vino son iguales en los dos países. Por su parte, para que rija el principio de las ventajas comparativas, dichos precios se deberían determinar por las siguientes ecuaciones:

P1A = (1+rc1) 100 (cA pA + cB pB) (V)
P2B = (1+rc2) 80 (cA pA + cB pB)

Donde rc1 y rc2 son las tasas de ganancia después del comercio en Inglaterra y Portugal respectivamente (no asumimos como necesaria la ecualización de ambas); P1A y P2B son los precios de tejido y del vino, determinados por las condiciones de producción de Inglaterra y Portugal respectivamente. Es decir, para que el comercio se rija por las ventajas comparativas deben cumplirse las siguientes inecuaciones:

P1A ≤ (1+rc2) 90 (cA pA + cB pB) (VI)
P2B ≤ (1+rc1) 120 (cA pA + cB pB)

Donde la desigualdad estricta implica especialización completa. Por el contrario, regirían ventajas absolutas de costos si tuviéramos alguna de las siguientes desigualdades estrictas:

P1A > (1+rc2) 90 (cA pA + cB pB) (VII)
P2B > (1+rc1) 120 (cA pA + cB pB)

Ahora hacemos 1/(1+rci) = Ri; i = 1, 2. Si multiplicamos la primera ecuación por cA y la segunda por cB y luego las sumamos, tenemos:

R1 R2 – 100 cA R2 – 80 cB R1 = 0 (VIII)

Ahora hacemos

R2/R1 = a (IX)

En este caso, “a” es una tasa de conversión entre ambas tasas de ganancia. Cuando a≠1 se puede interpretar como un indicador de las barreras a la entrada o a la salida de capitales que mantienen la diferencia entre ambas tasas. También se lo puede interpretar como un indicador del riesgo. De las ecuaciones VIII y IX tenemos:

R1 = 100 cA + (80/a) cB (X)

Si prevalecieran las ventajas comparativas, de las ecuaciones V y teniendo en cuenta la ecuación IV deduciríamos los términos del intercambio:

P1A/P2B = (1+rc1) 100)/(1+rc2) 80 = a100/80 (XI)

Substituyendo la ecuación IX en las ecuaciones contenidas en V y VI, comprobamos que el intervalo admisible de “a” para satisfacer el principio de las ventajas comparativas es el siguiente:

80/120 ≤ a ≤ 90/100 (XII)

Donde la estricta desigualdad implica especialización completa. De las ecuaciones de XI y XII deducimos:

100/120 ≤ P1A/P2B ≤ 90/80 (XIII)

Donde los dos extremos son los costos comparativos. En síntesis, la ecuación XII nos indica que las tasas de ganancia (y/o los salarios) relativas (os) de ambos países deben situarse dentro de dicho intervalo para que rija el principio de las ventajas comparativas. La ecuación XIII nos indica donde deben ubicarse los términos de intercambio. Ambos resultados dependen de que no se verifique ninguna de las dos posibilidades que aparecen en VII. Y todo el argumento refiere al tipo de cambio real.

En su momento J.S. Mill y luego Marshall pensaron en un ajuste de tipo monetario para explicar como ambas variables deberían tender a situarse dentro de dichos intervalos. El mecanismo propuesto supone la validez de la teoría cuantitativa de la moneda y una tendencia hacia el comercio equilibrado (exportaciones = importaciones). Ambos supuestos deberían promover un ajuste del tipo de cambio real hacia el intervalo apropiado (en un mail posterior voy a describir con más detalle el ajuste mencionado). Por este motivo, la validez de las ventajas comparativas en tanto teoría general y positiva del comercio, depende de que el tipo de cambio de largo plazo sólo sea determinado en función del saldo comercial. Si participan otras variables en su determinación: financieras, políticas, institucionales, etc., la teoría de las ventajas comparativas se convierte en una mera posibilidad y en general prevalecerán las ventajas absolutas de costos.

Eduardo

- Gandolfo; G. “International Trade Theory and Policy” Springer (1998).

- Parrinello, S. “On Foreign Trade and the Ricardian Model of Trade”, Journal of Post Keynesian Economics, 1988.